«Después de ese día todo se precipitó. Un clima de ansiedad y nerviosismo como nunca habíamos tenido empezó sentirse en el campamento. Nadie sabía con seguridad cuándo ni hacia dónde saldríamos, ni tampoco en qué orden, pero los aprestos eran inminentes».
«Los víveres encajonados y embolsados se habían apilado contra la empalizada oeste y llenaban casi todo el tiro de tres cuadras en una pila de 10 pies de alto por 3 pasos de ancho.
El forraje para los animales tomaba totalmente media plaza y ya no dejaba lugar para las prácticas de las distintas armas.»
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Un clima de ansiedad y nerviosismo
» Cada soldado y empleado civil de los 5.200 que poblaban el lugar ya había recibido sus armas y municiones, pólvora, montura, mochila, tamangos, medias, capote, poncho encerado, chifle para el agua, ají, grasa, yesca, tabaco, yerba, vino y rancho.
Habían llegado los mineros y barreteadores que debían marchar abriendo los pasos y moviendo las piedras; los ingenieros y Beltrán practicaban con los puentes móviles cómo armarlos y desarmarlos sobre las cortadas y con los anclotes cómo subir desde los abismos las cargas caídas y aleccionaban a los hombres que deberían estar a cargo de ese trabajo.
Los mapas de la ruta del Valle de los Patos
Los baqueanos terminaban de herrar las tropillas y embalaban las herraduras de repuesto. Los cañones y obuses
eran amortajados en cueros de vacas recién carneadas. Una mañana fui mandado llamar a la barraca del Cuerpo de Ingenieros.
Los mapas de la ruta del Valle de los Patos estaban extendidos en varias mesas y estuvimos varias horas repasando paso por paso, curva por curva. Yo debería marchar con el general en la retaguardia y recién nos reuniríamos con el grueso del ejército en el valle, por lo que se iban a hacer varias copias para los que marcharan
adelante nuestro.
Finalmente, el 9 de enero bien temprano el general hizo formar a todos los hombres en varias filas a derecha e izquierda del gran portón dejando un camino de unos 10 pasos de ancho en medio, por donde vimos pasar unos 60 soldados montados acompañados de redoblantes y cañonazos.
Los hombres iban serios mirando al frente y desde nuestras filas salieron varios saludos y vítores, y me
pareció escuchar alguna palabra emocionada.
Antes de trasponer el portón San Martín acompañado del Estado Mayor los saludó uno por uno y luego fue a situarse adelante, donde se cuadró con su mano en la frente hasta que pasó el último.
Luego el portón volvió a cerrarse, pero ya nada fue igual. El Cruce de los Andes había comenzado, ya no habría vuelta atrás. El día de «dar la de vámonos” por fin había llegado.»