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El paso por el único arroyo

Uno de los hechos históricos de la vida de San Martín, fue el paso por el único arroyo cuando se encontraba en camino a Chacabuco. En este artículo te traemos una cita de un libro en el cuál la encontrarás al final.

Uno de los sucesos que ocurrieron cuando se encontraba en su camino a Chacabuco, fue El paso por el único arroyo ¡Aquí te contamos los detalles!
Uno de los sucesos que ocurrieron cuando se encontraba en su camino a Chacabuco, fue El paso por el único arroyo ¡Aquí te contamos los detalles!

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El paso por el único arroyo

«Nuevamente antes del alba ya todo estaba preparado para la partida. El lugar más abierto daba la posibilidad de que los distintos grupos montaran al mismo tiempo, y con la primera claridad blanqueando
los cerros fueron saliendo.

Unos 800 hombres acompañaban a cada jefe. Los caballos y mulas de carga y remonta también habían sido distribuidos en partes iguales. Por primera vez desde que salimos del Plumerillo tomé la delantera. Ya que debería conducir la tropa por un camino solo conocido por mí.

Las gaviotas y piuquenes seguían volando asustados, esperando que nos fuéramos de su valle para seguir con sus tranquilas vidas.

–Señor, me preocupa el paso por el único arroyo que tenemos adelante. Vamos a llegar casi de noche y los animales necesitan tomar agua ahí. Pero es un corredor muy fino, de no más de 10 pasos de ancho en un cajón sin salida a los costados.

Decisiones

No veo otra forma que pasar muy lentamente e ir dejando beber a dos o tres animales por vez, montar rápido y seguir hasta un lugar más abierto donde los hombres puedan desmontar. El paso va a ser muy lento y puede llevar algunas horas que todos los animales beban.

–Está bien. Entonces apuremos la marcha –me contestó San Martín, que otra vez se notaba descompuesto e iba agachado hacia adelante sobre su mula, como apretando el estómago.

El sol de febrero volvía a salir en todo su esplendor y ya comenzaba a derretir las nieves que habían caído durante la noche y a abrir las flores amarillas de las llaretas, un arbusto que se pega al suelo y tapiza todo el valle con su color.

En ningún otro lado de los Andes he visto tal cantidad de esa planta, a tal punto que su abundancia le da nombre al lugar. Con el sol ya alto Paroissien se me apareó y me pidió que paráramos para hacer fuego para el té del general.

-Si quiere puedo adelantarme un tramo al galope y esperarlos con el fuego hecho, así no detenemos la marcha –le dije.

–Sí, sería conveniente. Espuelié mi mula, trotié una media hora. Contra un peñón encendí el fuego y puse a hervir mi jarro con el agua del chifle. Cuando la cabeza de la tropa llegó donde estaba, ya el agua hervía.

El médico se bajó corriendo y metió un chorro de algo que llevaba en un frasco en el agua caliente y lo vació en la cantimplora del general.

Compañerismo

Al mediodía me volví a adelantar un trecho y encendí varios fuegos al borde del sendero para que los soldados pudieran cocinar su charqui sin perder tiempo. Los milicianos ponían a hervir una olla grande y todos remojaban su ración y seguían.

San Martín no comía. Parecía estar semidormido y sus ayudantes cabalgaban a su lado, como cuidándolo. A media tarde me le acerqué a O’Brien para no molestar al general y le hice señas de que habláramos.

–Señor, me preocupa el campamento de la noche. El valle es muy estrecho y no va a dar lugar para la tropa y los animales, si acampamos vamos a tener que alargarnos una legua al menos.

Y los animales deberían pastar si queremos que lleguen en condiciones, pero tendrán que hacerlo atados del cabresto y cerca de cada soldado para que no se pierdan, va a ser complicado si se entreveran. O’Brien se acercó a San Martín y le informó lo hablado. Algo contestó el general y siguió en su posición dolorida.

El ayudante llamó a otro oficial que venía más atrás y le dio unas indicaciones. Cuando llegamos al arroyito que bajaba de la cumbre entre grandes piedras, todos alargamos las riendas para dejar que el animal llegara al agua con su hocico y bebiera a gusto.

Avanzando en el camino

Seguimos camino y nos alejamos bastante, dando lugar a que toda la tropa cruzara. Cada uno en el lugar en que había quedado bajamos y atamos la mula a una piedra, en algún sitio con algo de pasto. San Martín no hablaba y se acostó de inmediato, ayudado por el médico.

Se los veía preocupados y trataban de que nadie se acercara, tal vez para que no se corriera la voz entre los soldados. Volvimos a meter el charqui al agua hirviendo y nos tiramos a descansar, tapados con el poncho y la luna.»

Fuente

(«¡Vámonos!. San Martín camino a Chacabuco», de Ariel Gustavo Pérez. Para adquirir el libro, contactarse con el 3476555933 o haciendo click acá: https://wa.me/3412104045)…

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