El británico viajaba a bordo del buque «Repulse», bajo el mando del contraalmirante King. Una multitud lo aclamaba mientras desde los edificios más altos se liberaban bandadas de palomas.
A pesar de sus intentos por sonreír, había adquirido fama en los países que visitaba. Por protagonizar diversos desaires, mostrar desdén por el protocolo y expresar opiniones poco diplomáticas.
La ciudad de Buenos Aires estaba expectante ante esta visita real. Cuando se confirmó en febrero de ese año, se vendían discos en Casa América a cuatro pesos con sesenta centavos. Con grabaciones de su voz dando opiniones sobre deportes y, en el otro lado, el himno «Dios bendiga al Príncipe de Gales».
Así como discos con las voces de sus padres. En La Imperial, en Victoria y Piedras, se ofrecían casimires ingleses a precios increíbles, mientras que la importadora Turner lanzaba al mercado el Té Majestad.
Nunca imaginó la cantidad de recorridos, comidas y fiestas que le esperaban aquí. Visitó la línea de subterráneos junto a las autoridades del Anglo Argentino. Asistió a un club de veteranos de guerra británicos y fue el invitado de honor al banquete de la Cámara de Comercio Británica.
También conoció la Asociación Cristiana de Jóvenes, el Colegio San Andrés, el Hospital Británico, la Sociedad Rural Argentina, la Escuela Militar y el Club del Progreso. En Plaza Constitución, colocó una piedra fundacional entre los andenes 1 y 2 en las obras de reconstrucción de la estación. Y la lista de actividades continuaba.
Teatro Colón
En la función de gala en el Teatro Colón, donde representaron la ópera Loreley, se le observó asentir con la cabeza, y algunos aseguran que incluso llegó a quedarse dormido. También asistió a los teatros Cervantes y Opera, donde se presentó «Fruta Picada», en la que Florencio Parravicini interpretó a un personaje inglés.
El único momento en el que se mostró entusiasmado fue durante un partido de polo en el Hurlingham Club.
«Es imposible para mí estar completamente comprometido o ser espontáneo y alegre cuando no me tratan como a un ser humano», le escribió a su madre. No tenía la costumbre de llegar puntual a los eventos organizados para él.
Además, realizó una gira por el interior del país. Visitó la ciudad de La Plata, Chapadmalal, Mar del Plata, la estancia Itá Caabó en Mercedes, y luego el establecimiento Huetel en Buenos Aires.
Al llegar, se retiró a descansar y se despertó al mediodía. Lo que realmente lo animó fueron las canciones camperas interpretadas por el dúo Gardel-Razzano, y el príncipe incluso tocó el ukelele. Disfrutó de un asado con cuero acompañado de whisky.
Ciro’s Club La visita del Príncipe de Gales a la Argentina en 1925
Aprendió a bailar tango y se convirtió en un ferviente seguidor de Julio de Caro, quien al año siguiente le enviaría una colección de discos a Gran Bretaña. El príncipe siempre solicitaba que interpretaran «Buen amigo», una canción que Caro había compuesto en mayo de ese año.
Se conocieron en una recepción en el Ciro’s Club, donde la alta sociedad porteña asistía para escuchar música y bailar, y donde De Caro dirigía una orquesta, todos elegantemente vestidos con smoking.
Vistió su uniforme de gala de coronel de la Guardia de Gales para presenciar el desfile militar en su honor, en el que participaron quince mil hombres, acompañado por el general José F. Uriburu.
Un día sorprendió a todos, especialmente a la delegación británica y a los hombres de Scotland Yard: había desaparecido. Durante una hora logró eludir la vigilancia para estar completamente solo. Argumentaba que tenía derecho a su vida privada.
Durante los largos actos oficiales se le vio cansado y aburrido. Llamó la atención de todos que nunca mostrara una sonrisa. «No veo motivo para sonreír», escribió a su madre.
Ernestina Gómez Cadret
Cuando hizo su visita a la Sociedad Rural, una gran cantidad de personas se congregaron para verlo. Entre ellos estaba Ernestina Gómez Cadret, quien había ido acompañada por su madre. Se fijó en el pañuelo de seda roja con dibujos sobre fondo blanco que asomaba del bolsillo del gabán del príncipe. Desafió a sus amigas diciendo que se lo pediría.
Como no hablaba inglés, un británico que estaba a su lado le enseñó la frase para pedirlo y ella la memorizó. Cuando tuvo la oportunidad, se la dijo, y él, sorprendido, le respondió en francés que estaba usado. Ella, en español, le dijo que no importaba, que lo quería de todas formas. Él se lo regaló, con sus iniciales bordadas en uno de los extremos.
Dondequiera que iba, estaba rodeado por una multitud. Se produjo un verdadero caos cuando visitaron un campo en las afueras de la ciudad. Hubo 66 automóviles que llevaron a funcionarios, periodistas y policías.
Su ascenso al trono
Durante las conversaciones, solía mantener la cabeza baja, y como un gesto nervioso, se tiraba de los puños o jugaba con su corbata. Fumaba un cigarrillo tras otro, con pitadas cortas. Estaba inquieto e impaciente.
Su secretario privado lo vio tan abrumado que estuvo a punto de cancelar el resto de la gira. Por precaución, enviaron un telegrama al embajador británico en Chile, la última parada de la gira, para que redujera al mínimo posible las apariciones públicas.
El 16 de octubre regresó a su país. Volvería a Argentina en marzo de 1931 junto a su hermano, donde pasaría por momentos difíciles. Durante ese tiempo, el calor en la ciudad era insoportable y él tenía la costumbre de llegar dos horas tarde a los eventos y vestido de forma inapropiada.
Cuando murió su padre el 20 de enero de 1936, ascendió al trono y, antes de la coronación, abdicó el 11 de diciembre del mismo año para poder casarse con Wallis Simpson, una mujer de origen común estadounidense. Fue un escándalo que generó numerosos artículos periodísticos, libros e incluso una miniserie televisiva.